Estaba muerto.

¿Qué habías hecho, desgraciado? Era aún un niño, apenas había empezado a vivir. Pero tú también lo eras. Él era mayor que tú, así que ¿quién podría culparte? Fue él quien quiso aquello. Fue él quien lo buscó. Fue él quien eligió acero y no madera. ¿Qué podrías haber hecho? ¿Negarte? No, las leyes del clan te lo impedían. Las leyes del clan y el orgullo. ¿Habrías podido vivir con la etiqueta del cobarde el resto de tu vida? ¿Quién habría querido relacionarse contigo si hubieras rehuído la pelea? Él se sabía vencedor, era más fuerte. Habría querido llevarte por delante. También era más hábil. Tus movimientos eran mecánicos, les faltaba fluidez, te lo decía todo el mundo. Pero cuando tus manos empuñaron la espada de tu madre ya no viste nada. El mundo se convirtió en una espesa jalea y antes de darte cuenta alguien había puesto sobre tus hombros el manto de un adulto. Pesaba. Y era un peso que tendrías que llevar toda tu vida a cuestas. Ojalá no hubieras estado ahí para vivir aquel momento. Tendrías que haberte hecho adulto en alguna batalla, con contra un chiquillo abusón.

Estaba muerto.

¿Qué habías hecho, desgraciado? ¿Cómo se atrevía a dejarte solo? Otra vez te viste abandonado, condenado al ostracismo. Años te costó que el Cuervo olvidara tu primera muerte. Años en los que solo aquel extraño anciano parecía querer dirigirte la palabra. Casi como un abuelo, te acogió en tus soledades, animaba tus silencios y te hacía estudiar extraños garabatos en pilas de papel que llamaba libros. Aprendiste a hacer migas con ellos. Llenaban tus vacíos y tu mente. Te iniciaste en la magia con tu maestro, que ahora yacía muerto a tus pies. Los druidas podrían haberle librado de tal destino con una plegaria a la Madre, pero se limitaron a encogerse de hombros mientras la rabia consumía a Malthus, dejando un cadáver inánime, y a ti, un muerto en vida, solo otra vez, apartado del clan, sin familia. Malditos fueran y allí los devorase la ira de Malak. Aparejaste tu caballo, abandonando la yurta que heredaste de tu ama de cría y, en su mismísimo centro, el montante que fuera de tu padre, clavado contra la tierra, hiriendo el alma que corría por tus venas.

Picaste los talones en los ijares del animal. Bort te vio cruzar la línea del horizonte sin decir absolutamente nada.

Este susurro participa en #relatosDesaparecer convocado por @divagacionistas.

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