En la más cerrada oscuridad, ahogados todos los sonidos, permanecéis agazapados, esperando que pase. Respirais con una cadencia reducida, esperando que ni el búho más despierto pudiera detectar la presencia de vuestro destacamento. Las armas, en el suelo pero al alcance, para que la vibración de vuestro tórax no las hiciera tintinear. Echados los mantos y las capas, cegando así el brillo que la luna pudiera arrancar de ajorcas y torqueles, cruzábais miradas inquietas revelando vuestro miedo sin atreveros a hacerlo con palabras. Y la incertidumbre crecía lenta, incapaces de detenerla, campando a sus anchas por vuestras venas.

Una plegaria muda nace y muere en las gargantas de los que seguís a la diosa. Adivinas que ocurre lo mismo entre los que confían en los ancestros y los tótems. Desearíais poder poner las manos en las empuñaduras y hacer atronar el aire con vuestras gargantas, sin rezos ni preces, solo con el temor que impregnarían vuestros rugidos al restallar contra la brisa nocturna. No entonces. No ahora, cuando los gaznates temían hasta tragar saliva para no alertar a nada que se moviera subrepticiamente en entre las sombras. Delataros sería un error.

Los musculos ya entumecidos pugnaban por haceros gritar, cerca de tener éxito en su cometido, acercando las punzadas de tensión a los calambres de dolor con cada instante de más que pasabais encogidos y escondidos, hambrientos de extenderse y saltar una vez más, dando riendo suelta a toda su potencia. Cerca, ya estaba cerca. No podían aguantar más y vosotros tampoco. Era el momento. La oscuridad os ocultaba, nadie sabría qué habría pasado hasta que fuera demasiado tarde. Algo no iba bien.

La señal no llegó. Un sutil cambio os advirtió. No habría sangre aquella noche. Casi igual de silenciosa que vuestra espera fue la retirada. Ocultos una vez más por mantos y capas, las hojas abrazadas al pecho, como si calmarais a un crío inquieto, se movieron con sigilo, cada uno por un camino, minimizando las posibilidades de perder todos los hombres.

Sólo tú quedaste. Congelado en el tiempo, con la señal de retirada marcada por si alguno se hubiera despistado y no hubiera captado la orden. Rezagado y solo, finalmente abandonaste también tu posición, cubriendo con las artes de la madre tus pasos, entre ramajes y arbustos.

No te quedaste para ver cómo Malak se tragaba el recodo donde os habías apostado. En bendita hora ordenaste dispersarse.

Este susurro participa en #relatosIntuición convocado por @divagacionistas.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.