Desenvainado el acero, acechas entre la maleza. Desconfías. Tienes la experiencia de los interminables viajes de tu juventud a cuestas y no puedes dar crédito a las palabras que leiste una y otra vez. Los ofrecimientos altruistas no forman parte de tu vida cotidiana y la inmensa mayoría esconden trampas de las que resulta engorroso librarse. Y sucio: habitualmente acabas limpiando sangre de tu bastarda y de tus ropajes. Y mientras lo haces, no puedes dejar de pensar en que ojalá no sea la última vez que lo hagas. Shan’dru no lo quisiera. Ahora observas esperando poder bruñir el metal una vez más, esperando raspar las pieles de tu vestimenta hasta dejarlas impolutas otra vez más.

Un sonido lejano, ahogado. Te aprestas a saltar sobre el intruso, anticipando el peligro al que tendrás que sobreponerte. Temes que el pequeño pedazo de pergamino mienta en sus palabras y te encuentres con Druma antes de lo que esperas. Pero temes aún más que su anuncio sea cierto y la cita sea con tu propia diosa. No es la benevolencia con sus siervos una de sus características, aunque estés seguro de que no te dejará caer. En ella sí puedes confiar, quizá no tanto en sus intenciones para contigo, por mucho que las aceptes.

Un crujido, un resoplido. Ahora llega. Puedes vislumbrar la figura de una sombra acercarse entre la negrura, recortada en la luminiscente y vaporosa niebla del rocío otoñal en la espesura. Como un fantasma surgido de las pesadillas dejadas atrás en aquella maldita isla, una forma femenina se recorta enmarcada en la mortecina luz que la neblina refleja de la propia luna. Parece flotar mientras se te acerca, sin verte. Su perfume, un perfume que resulta familiar y te trae no pocos recuerdos, precede a la mujer que habría de encontrarse contigo en el claro…

Estos son los recuerdos que llenan tu mañana al despertar. Ella se ha ido. Las noticias que traía eran peores de lo que ni en tus peores fantasías podrías haber esperado. Al menos te habías cobrado el peaje que considerabas justo por aquella losa que había dejado en tu corazón. Y esperabas que la inversión en sudor, besos furtivos y jadeos para cobrarlo no volviera en forma de unos intereses que se tornaran en mocos y lágrimas. ¡Maldita fuera, te habían atrapado pero bien!

Pero quién iba a esperarse que aquella tarjeta escondiera verdad alguna.

Este susurro participa en #relatosTarjetas convocado por @divagacionistas.

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